domingo, 25 de febrero de 2018

El día que fui la única chica en levantar el brazo

De todo lo que he hecho en la vida, de lo que más orgullosa me siento es de aquella vez que quedé campeona de mus de mi Ikastola (bueno de toda la Ikastola tampoco pero me sirvió igual). No lo hice sola, tuve de pareja a uno de mis mejores amigos de la infancia que aún hoy aparece en la tienda para que nos vayamos a andar mientras le damos al pico y arreglamos el mundo. Pero aquella vez fue la suerte la que nos puso juntos. 

Los 3 de diciembre, San Francisco Javier, se celebra el día del euskara y en nuestra Ikastola siempre era un día esperado porque había juegos y competiciones entre clases. Aquel campeonato de mus fue uno de los juegos del año que estábamos en primero de bachiller, ¿o era tercero de la ESO? Recuerdo que nos tocaba jugar contra los mayores. Mi épica personal empezó cuando dijeron que levantáramos la mano quienes quisiéramos representar a nuestra clase y me vi como la única chica que quería hacerlo. Había levantadas unos doce brazos masculinos y el mío. En ese momento ya tuve que escuchar algunos (varios, demasiados) “buah, Marzol, ¿pero tú qué sabes?”, a los que no recuerdo haber respondido con algo más que unos ojos en blanco. No sé si en mi vida he tenido más suerte que aquel día, porque no sólo me tocó a mí en el sorteo, es que el azar quiso que el otro elegido fuera mi amigo, uno de los muy pocos que no me había increpado (quiero pensar que tampoco se le había pasado por la cabeza) y sin duda, con el que más me apetecía formar pareja.

Los días siguientes al sorteo y previos al gran día, tuve más comentarios sobre la poca confianza que tenían en mis facultades por el mero hecho de ser una chica, aunque lejos de sentirme mal, cada comentario me llenaba más de cierto espíritu muy rollo Xena la princesa guerrera. Ahora hubiera sido Aria o la madre de dragones la que me hubieran venido a la mente pero entonces, con Xena íbamos que chutábamos.

Y llegó el día, y ganamos. Apenas dos partidas pero ganamos. Primero contra los de un año mayor que aquello me pareció increíble y luego contra los de la otra clase de nuestro mismo curso. Recuerdo que me entendía de maravilla con mi pareja (siempre lo hemos hecho), cosa que favoreció muchísimo a nuestras victorias y recuerdo también estar rodeada por aquellos chicos que no daban un duro por mí, mientras juzgaban cada una de mis jugadas. Oh, sí, la sonrisa que les dediqué a cada uno de ellos cuando me levanté una vez conseguida la victoria, diría que ha sido la más satisfactoria de toda mi vida. Hala, ahora vas y me dices algo.

El otro día fui a ver The Post, con eso de que este año me he puesto las pilas con el cine y los nominados a los Oscar y que me reconcilié con Spielberg y Hanks en El puente de los espías, lo cogí con ganas. Y la película bastante bien, y Streep maravillosa, as always, en el papel de la gran Katharine Graham, rodeada de hombres y haciéndoles callar sin levantar la voz. Esas reuniones en donde la cámara pasa por cada hombre en la sala hasta llegar a ella, la llegada a Wall Street y la escena final cuando sale del juzgado, que dicen tanto con el mínimo discurso. Me hizo recordar también ese gran personaje de Philipp Meyer en El hijo, Jeannie McCullough, heredera de un imperio petrolero y alzando la cabeza en los ¿años 60? en otro entorno totalmente dominado por hombres.

Fuente: Vogue

Estoy lejos de querer compararme con tantas y tantas mujeres que han conseguido que nosotras hoy podamos aspirar a más o menos lo que queramos, pero me gusta pensar que por cada vez que he levantado el brazo cuando era la única chica, ha servido para que alguien cambie un poco su visión de este mundo y podamos luchar todos juntos por un mundo en el que no haya una niña (ni un niño) que no pueda vivir como quiera. 

domingo, 11 de febrero de 2018

Un tocador para el futuro

Comparto piso con dos chicas maravillosas que han sido mi anclaje en los últimos dos años y medio, justo cuando más lo necesitaba. Con ellas he hecho del desayuno del domingo un ritual, de las sesiones de cine un juego de azar y del sofá de casa el mejor bar para echarnos unas risas. 

Nuestra casa está bien, vivimos en una ubicación inmejorable, uno en el que nunca pensé que llegaría a vivir, somos limpias, silenciosas y llevamos a fuego eso de vive y deja vivir. 

Los días de verano duermo con la ventana que hay encima de mi cama abierta de par en par mientras la brisa nocturna acaricia mi cara y hacia las 23:00h, se ve la luna desde ella. Cuando llueve, el repiqueteo en el patio me relaja y apenas se oyen coches aún viviendo en el centro de la ciudad. 

Pero sabemos que nuestra idílica convivencia no será para siempre, que nuestras vidas no estarán sincronizadas de por vida (hasta tenemos a un Yoko en Boston). Y con lo bien que he vivido, le tengo ciento pánico escénico al día en que todo esto se acabe. Quizá poniéndolo en palabras se vaya evaporando poco a poco.

Pero a todo hay que buscarle su lado positivo y quizá mi futura habitación o futura casa sea más grande que el espacio propio que tengo ahora. Quizá, por fin pueda empezar seriamente a coleccionar ejemplares de Jane Eyre y dedicarles una balda entera. Quizá, esa futura casa tendrá un balcón donde poner muchos geranios y alguna que otra hortaliza. Puede, que también haya espacio para recuperar del garaje el antiguo tocadiscos de la casa de mis padres y traerme los viejos vinilos de Leonard Cohen y los Beatles

Pero si hoy he empezado a escribir sobre esto es por este tocador que ha aparecido ante mis ojos que ahora necesito tener en algún rincón de la casa. Y claro, ahora mismo no tengo sitio.