domingo, 5 de febrero de 2017

Mi batalla perfumada contra los Goya

Me gusta el cine. Me maravilla. Pocas cosas me han hecho tanta ilusión en mi vida que cuando mi padre me dijo que me dejaba ya hacerme socia del videoclub.

Me gustan las galas en los que se premia el cine. Me gustan los vestidos, las quinielas, llorar con los discursos y sobre todo me gusta que sirvan para que a la gente le pique la curiosidad y quiera vez más cine.

La piratería es una putada fastidio. Es injusto que algunos disfrutemos del trabajo de otros gratis. Pero también creo que la industria no ha espabilado lo suficiente o no ha querido, porque muchas veces lo fácil es hacer un barco de Chanquete y no querer comerse la cabeza para evolucionar y buscar nuevas vías. Hace años que podrían estar funcionando videoclubs digitales de una manera más masiva (porque sé que los hay y que los había, pero ha tenido que venir Netflix para que todos sean facilidades para el usuario) y se eligió el camino de desprestigiar al consumidor y de llamarlo delincuente mientras las entradas del cine no hacían más que subir.

Culpa del Gobierno, lo sé.


Hace un par de años, me empezó a hervir la sangre cuando en la gala de los Goya, a Antonio Resines, en su discurso como presidente de la Academia, se le llenó la boca criticando la piratería (en pleno 2015 seguíamos en el barco de Chanquete) mientras su principal patrocinador era una empresa de perfumes de imitación. Para que se entienda bien: una empresa que coge el trabajo artístico de otra, la copia y la vende a un precio mucho más barato. No gratis, pero casi. Y mira que yo no soy muy de perfumes comerciales pero eso no se hace.

En 2016 el patrocinio continuó y en este 2017, aunque la empresa imitadora esté condenada por plagio, aunque haya habido grandes marcas que se han desvinculado de la gala ejerciendo así cierta presión social, la marca de perfumes de imitación ha seguido siendo la principal patrocinadora de la gala de los premios de la Academia de Cine.

Y a mí, me sigue sin entrar en la cabeza cómo una institución que ha hecho de los derechos de autor su mayor guerra, pueda hacer algo así. Sólo me queda pensar que aquí arte sólo nos parece lo nuestro, que lo del vecino no es creatividad, que ahí no hay horas de trabajo ni sueldos que pagar.

Cosas que le pasan a una por la cabeza al tener una perfumería.

En fin, que aquí cierro esta batalla, como decía el otro día mi querida Blanca en Twitter. Espero, que en 2018 ya no haya esta guerra y que mi conciencia me dejé tranquilamente comentar vestidos y ganadores.

Por cierto, cómo iba de guapa la Dolera y qué ilusión me hizo todo lo que se llevó Raúl Arévalo.

Nos leemos.