martes, 23 de septiembre de 2014

El Tour en recuerdos

A ver cómo consigo que realmente me hagáis caso a lo que digo en esta entrada y leáis el libro que os recomiendo.

Podría empezar a contaros cuales son mis propios recuerdos de Tour, y cómo no, aunque de una manera muy difusa tendría que hablar de Induráin. De aquellas tardes calurosas de verano cuando el mundo a mi alrededor se paralizaba delante de la televisión para ver lo que para mí era un señor encima de una bicicleta. Pero bueno, que ese señor no era cualquiera, y además navarro, un vecino, por lo que bien merecía la pena ponerme yo también a mirar a la pantalla aunque aquello me pareciera algo aburrido. Cuando Induráin ganó el primer Tour yo tenía 6 años. Supongo que mis recuerdos son más de los años posteriores pero aquel señor encima de una bicicleta, con el paso de los años, se convirtió en lo más parecido a un superhéroe que he conocido. Como si de repente Superman fuera navarro.

Una vez pasada la época dorada de los cinco Tours, en mi casa la cosa perdió algo de emoción. A mí un deporte no me interesa si no tengo especial predilección por que alguno de los participantes gane o pierda. Así, los años siguientes transcurrieron algo sosos (quitando aquella etapa en que Pantani le sacó 9 minutos a Ullrich, la manía que le tenía al alemán hizo que sintiera mucha simpatía por el italiano), hasta que irrumpió ese equipo naranja de mi tierra: Euskaltel-Euskadi. Y llegaron aquellos gloriosos días de Laiseka o Mayo, que al conquistar una etapa de Tour nos hacían sentir a todos que habíamos conquistado un pedacito de mundo, cual Asterix y Obelix contra todos los romanos... Aquellas cuestas empinadas de los Pirineos teñidas de naranja e Ikurriñas, me transmitían un sentimiento más patriótico que Braveheart. Siempre he pensado que los pequeños disfrutamos mucho más de las victorias por muy insignificantes que sean para otros.

Pero sobre todo el Tour me ha dado las mejores siestas de mi vida. Aquellas en las que el sonido de fondo de una etapa llana era la mejor de las músicas celestiales. Con resaca o sin ella, con demasiado calor y sin nada mejor que hacer... placer absoluto.

Ésta era mi relación con la prueba gala hasta que ha irrumpido Ander Izagirre con su Plomo en los bolsillos y ha ampliado mi galería de recuerdos. Porque ahora me acuerdo de aquellos inicios del Tour, en las que las jornadas eran aún más maratonianas y la carrera era algo parecido a búscate la vida encima de una bicicleta. Me acuerdo de un corredor bilbaino cojo llamado Vicente Blanco que iba en bici a todas las competiciones a las que participaba y con el Tour no hizo excepción. Me acuerdo de Bartali y Coppi, mis favoritos, de sus historias y de sus botellines. Me acuerdo de Merckx, de Ocaña, de Anquetil, de Poulidor, de Abdel Kader Zaaf, de Walkowiak, de Tom Simpson... hasta me acuerdo de cuando Delgado se perdió por las calles de Luxenburgo y salió tarde en la contrarreloj. Y mira que por aquel entonces yo apenas tenía 4 años. Me acuerdo de todo eso como si Izagirre hubiera hurgado en mi mente y hubiera hecho el proceso contrario al que hacían en Eternal Sunshine of the Spotless Mind.


Supongo que si no os gusta el Tour no me haréis ni caso si os digo que leáis el libro, que merece mucho la pena. Pero si yo hubiera utilizado la misma lógica no lo hubiera comprado y no habría leído todas esas historias que me han emocionado como la mayor de las historias románticas. Porque tal y como dice Jabois en la contraportada, este libro cuenta una historia de pasión, el amor por un deporte que Izagirre transmite hasta que lo haces tuyo. Y eso es bonito, muy bonito.



Besos!

1 comentario:

  1. Que me aventure ante lo desconocido? incluso a algo que suelo odiar, leer o ver sobre lo que me han recomendado como magnífico, me creo grandes expectativas que se terminan convirtiendo mayores decepciones... por ser tú, una perfecta desconocida que me cae bien, lo tendré en cuenta, por qué si no nos fiaramos de perfectos desconocidos, la vida en tribu no tendría sentido. Un saludo.

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